Según algunas personas,
alguna vez, la gente de la tierra podía escuchar las revelaciones celestiales procediendo directamente del cielo.
En ese entonces, los enviados de los dioses caminaban entre la ignorante raza humana. En aquel momento, las antiguas llamas se extinguieron con las primeras lluvias.
Gracias a ello, los humanos disfrutaron de tiempos de prosperidad y cosechas abundantes.
La tierra fue bendecida y gobernada por el cielo, y los elementos fluían suave y ordenadamente.
En las estrellas estaba escrito un plan para cien años de bonanza, el cual nadie podía modificar.
Pero ¿qué ocurriría después de esos cien o mil años? ¿Habría hambrunas en lugar de abundancia y pobreza en lugar de riqueza?
¿Se convertirían en polvo los altares y los palacios, y lo único que quedaría serían los árboles Irminsul?
Los emisarios celestiales no dijeron ni una sola palabra.
Así pues, para comprender su destino, el sumo sacerdote, coronado con ramas blancas, descendió a las profundidades del mundo...