“El rey arribará con una luz tan resplandeciente como la del propio sol. Y se despojará ante el pueblo de la corona
tejida con espinas de rosas”.
El primer pilar divino descendió de los cielos y sepultó los árboles y el pasto bajo las arenas.
El áureo sol descendió, volvió a ascender y envolvió al mar de arena en un lujoso manto de muerte y deceso.
Luego, los vientos tóxicos del tiempo perturbaron el profundo letargo de los caídos y crearon ilusiones de melancolía y añoranza.
En aquellos fatídicos tiempos, varias ciudades prosperaron en el suelo fértil de los oasis.
En pos de los ideales de su divina majestad, los sacerdotes gobernaron el mundo con justicia y la abundancia reinó en todo el reino.
En el pasado, el sabio rey mortal y los sacerdotes recibieron personalmente el edicto de los dioses para reinar sobre la tierra.
A día de hoy, los nobles apoderados que gobiernan el oasis se han convertido en sombras de los sacerdotes.
“Las espadas reales y báculos divinos se hallan esparcidos por la tierra como si de reliquias se tratara.
Bajo su sombra, los súbditos crecen y continúan con sus vidas”.
El tiempo pasó y fantasías delirantes entretejieron lazos con absurdas decisiones.
Entonces, una fascinante esperanza fue el cebo del pueblo en su camino hacia el amargo final.